Todo
empezó una mañana al despertarme. En lugar de estar en mi cama, en
mi casa, en mi cuarto, estaba en una cueva, en el suelo, estaba frío.
Era la prehistoria.
El
paisaje era precioso, había muchos arboles, montañas verdes, estaba
rodeado de animales inofensivos. Solo se escuchaban los pájaros
cantando.
Decidí
quedarme allí. Lo primero que hice fue ir a un pueblo. Las chozas
estaban hechas de barro. Allí había más humanos, me aceptaron como
si fuese uno de la familia. Decidimos ir a cazar un poco. Vimos un
mamut gigantesco y decidimos intentar cazarlo; pero entonces vimos
que detrás suyo había muchos más y si intentábamos cazar uno los
otros vendrían a por nosotros y preferimos ir a pescar. Fuimos a un
riachuelo muy bonito. El agua era tan transparente que se podía ver
el fondo.
Después
de pescar decidimos bañarnos al lado de una cascada. Todo era
perfecto sin discusiones sin tener que pelearnos, alimentándonos de
lo que nos daba la naturaleza, etc. Eso si que era un hogar.
Volvimos
a nuestro pueblo para cocinar los pescados que habíamos conseguido.
Después
de comer nos fuimos a talar unos arboles para renovar las casa y
construirme una para mí.
Al
finalizar nos fuimos otra vez al pueblo y empezamos a construir,
descubrimos que la madera aguantaba mucho más que el barro y
protegía más.
Después
nos fuimos todos juntos a una cueva para pintar en las paredes. Yo
pinté la primera imagen que vi al llegar a ese lugar, un paisaje
precioso.
El
jefe del pueblo nos pintó a nosotros cuando estábamos construyendo
las chozas de madera.
Al
acabar nos fuimos a dormir porque ya era de noche.
El
despertarme todo cambió no había riachuelo, ni mamuts, ni pueblo
con chozas de madera solo estaba mi cuarto, había vuelto, me
decepcioné. Entró mi madre diciendo:
- Venga hijo que tienes que ir al instituto.
Me
levanté, me vestí y me fui.
No
recordaba que hoy nos íbamos al museo de la prehistoria.
Cuando
llegamos nos estuvieron enseñando muchas cosas, lanzas, pieles, etc.
También
nos explicaron que los prehistóricos eran unos salvajes, se
peleaban, lo destruían todo, yo sabía que se equivocaba.
Al
final de la visita nos enseñaron unas pinturas que habían
recuperado, eran las que habíamos hecho el otro día, estaba mi
paisaje, también la pintura del jefe, todas. Me fui de allí feliz.
Cuando
llegué a mi casa cené y me fui a dormir pensando en lo que había
vivido.
Al
despertarme todo había cambiado, no estaba ni mi tele, ni mi cama,
solo estaba mi hogar.
Había
vuelto al pueblo de madera y decidí cambiar la historia, en aquel
lugar nadie se peleaba, no matábamos, sobrevivíamos, pero sobretodo
ese era mi hogar de verdad.
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